¡Por
eso le sacó las tripas a la madrastra! Trágica, desfigurada, desgarrada por
dentro, no tenía otra salida, no pensaba en otra cosa. Desaliñada, no sabía
donde estaba su alma, ni el de su madre, ni el de su hermana, simplemente estaba
“esa señora” a quien llamaban madrastra, esa nueva señora que hacía que su
razón se perdiera. Su presencia, su olor, sus objetos, sus vestidos, su puesto
en la silla para cenar, esa silla que pertenecía a su madre y que para ella,
todavía pertenece.
Saturno devorando a sus hijos. Goya. 1820 |
Estado de locura demencial. No sabe que el aire la toca, no
hay diferencia entre sus sueños y la vida, las pesadillas son una encarnación
divina de su infierno. No existen monstruos alucinantes pero si espantos, y
ella, “esa señora” que quiere ganarse su corazón o su cariño ¡con palabras
idiotas sacadas de un repertorio con tono suave para niños o estúpidos!, se lo
quiere sacar a la fuerza, pero se los destruye cada vez más y más, con su
mirada penetrante, perversa, asesina, como un simulacro para la muerte.
El
ahogo de su madre es su tortura, pero ella está ahí, y su hermanita a quien no
deja sola, juntas siempre en los paseos por el bello bosque, cazando mariposas,
capturando flores amarillas o jugando llenas de crisantemos o girasoles; o en
las tinieblas de la oscuridad, en las sombras, bajo la luna nueva cuando sus
instintos son las guías de sus ojos. Debo cuidar a mi hermanita de “esa señora”
ya que mi madre no está, es su mayor reto, pero por descuidos que se escapan de
sus manos, su hermanita aparece en ocasiones con marcas en su pequeño cuerpo,
marcas que denotan el paso de una violencia perversa.
El descontrol, las cosas
tiradas en su habitación, fotografías rotas y quemadas de su papá con “esa
señora” y fotos en las que aparecen su mamá, su papá y junto a ellos, “esa
señora” y el descubrimiento de entender ese trio perverso lleno de pecado que
siempre estuvo oculto y el cual dejó como vencedora la fiera que impuso su ley
y quitó del camino al ser que más se amaba en la casa, y el poder de “esa
señora”, solo podía generar miedo, miedo, desprecio, odio y venganza, como
únicas sensaciones.
Expresaba a su padre la opresión y halo negativo que “esa
señora” le producía, además del daño físico a su hermanita. Su médico y papá le
daba unas pastas. Los problemas se desvanecían como el cierre de un crepúsculo
en invierno, su mente llegaba al negro hasta que sus pupilas se dilataban en la
noche, se abrían y aparecía una nueva amiga: la soledad, y con ella la
angustia. Hacía larga la noche, pero cuando menos lo pensaba caía presa del
sueño, aunque sería mejor decir, de la pesadilla. Temía que “esa señora” le
hiciera daño en la noche a ella o a su hermanita.
Al otro día la encontró de
la manera más terrible: encerrada, sin poder respirar. Y tras el dolor, sabía
que ese sería el último momento. Pero el dolor no la dejaba pensar. Había
rastros de batalla. Y ella terminó con los últimos escombros intentando con
prisa sacar a su hermana, pero también sabía que “esa señora” terminaría con
ella. Pero ella era más fuerte. Lo planeo así como “esa señora” planeó
despedazar a su madre y a su hermana y enterrarlas. Ella visionaba que así
había sido y seguiría con ella. Entonces tomó una varilla y se dirigió a la
cocina. Esa señora estaba hirviendo un agua. La golpeó una vez, pero una
segunda fallida pues se pudo defender y en el forcejeo se derramó el agua que
las quemó a las dos. Ella experimentó una extraña sensación ya que pensaba que
esa agua era para cocinar a su hermana. Una batalla de uñas y cabellos
presenciaron la cocina, el comedor y la sala con los más afectados: los objetos
de la casa. Había una bolsa llena de algo ovoide y derramaba algo rojo. Ella
sabía que era su hermana descuartizada, lista para cocinar y enterrar. Se le incrementó
la fuerza para atacar a “esa señora”, pero un mal movimiento por la rabia hizo
que se pusiera en tierra, “esa señora” aprovechó el momento y una escultura de
moisés fue tomada en sus manos con la finalidad de acompañar la cabeza de ella,
tal vez para recordarle los diez mandamientos y supiera quien mandaba. Pero
este bello trágico momento es interrumpido por el padre que empieza a abrir la
puerta. “Esa señora” se asusta, ella se alegra.
Moisés. Miguel Ángel Buonarroti, 1509 |
Cuando el padre entra lo
primero que ve es un moisés hecho trizas en el suelo. Y junto a él… nadie. Todo
en silencio. Pero todo en desorden. Su hija enferma. Herida físicamente, pero
nada comparado con lo psicológico. Intenta persuadir a su padre sobre el
asesinato que acaba de cometer “esa señora” a su hermanita. “Esa señora” no
tiene heridas. Las heridas sólo las tiene ella, incluso las que creyó hacerle a
“esa señora”. La empiezan a sanar entre su padre y “esa señora” intentando
calmarla por la pérdida de su madre y su hermana hace más de un año.
En la
noche, espera sentada despierta y con frío hasta ver salir el alba. Su padre se
marcha a trabajar. Ella sabe que “esa señora” es la culpable, su mente se lo
dice, deambula por los laberintos de su casa hasta llegar a su habitación,
entonces sucede, su mirada fría y firme sobre el cuerpo que tanto mal le ha
causado, en una acción indescriptible para los susceptibles, llega el momento
de hacerlo: ¡le saca las tripas a su madrastra!
Sangre y más sangre |